miércoles, 31 de julio de 2019

CAJÓN DE SASTRE

El polvorín de Peñaranda

Era un domingo de verano en Peñaranda de Bracamonte (Salamanca) cuando el pueblo, que se arreglaba para asistir a misa de doce, se sobresaltaba a consecuencia de un gran estruendo. Por un instante hizo pensar a sus gentes en un acto de guerra, en un bombardeo, dado lo próximo de la contienda civil vivida, aunque inmediatamente se darían cuenta que la explosión provenía de uno de los polvorines de armas de la localidad, el más próximo a la estación de ferrocarril. Fue un 9 de julio de 1939.

Peñaranda de Bracamonte, durante la guerra civil había sido zona de retaguardia del ejército franquista, por lo tanto plaza segura y estratégicamente bien comunicada para el aprovisionamiento de explosivos, que fueron almacenados en distintos enclaves de la localidad.

No sabotaje, sino accidente, fue la tesis que se impuso. Instantes antes del desastre, el tren de mercancías 352 procedente de Salamanca con destino a Ávila entraba en la estación con una de sus ruedas al rojo vivo, fue el detonante. Se sabe que la mercancía transportada era amonal, mezcla tremendamente inestable de nitrato amónico, TNT y polvo de aluminio. La explosión fue enorme, casi simultánea a una segunda proveniente del polvorín próximo a la estación, que almacenaba más de trescientas toneladas de bombas.

Las víctimas fallecidas nunca pudieron determinarse con exactitud, aunque se puede asegurar que superaron el centenar entre muertos y desaparecidos. Arrasadas quedaron la estación de ferrocarril y las fábricas de harina y de caucho aledañas. La fuerza de la onda expansiva elevó el número de heridos a más de mil quinientos y se estima que unas mil viviendas se vieron afectadas por derrumbamiento y por el incendio que se declaró a continuación.

Nos podemos trasladar al caos vivido en el momento y lugar de la tragedia a través del informe que la regidora de la Sección Femenina de la Falange Local elevaría a sus superiores (AHPSa. Fondo de Sección Femenina. Sig. 147/1):

Con motivo de la catástrofe ocurrida en esta ciudad el día 9 del próximo pasado mes de julio a consecuencia de la explosión de un polvorín, nuestra ciudad se llenó de luto quedando paralizada en un instante la totalidad de su vida industrial y comercial. El vecindario preso del pánico más espantoso huía en todas las direcciones y abandonaba sus hogares deshechos y amenazados por el incendio y el derrumbamiento.
Ante las órdenes severísimas de las autoridades provinciales y locales, fue evacuada la ciudad por el eminente peligro de una segunda explosión (dada la propagación del incendio) que hubiera sido mucho más grave que la primera, por la enorme cantidad de bombas almacenadas; el vecindario abandonó el pueblo que quedó desierto, arrastrando consigo sus modestos ajuares materialmente destrozados por los efectos de la explosión y refugiándose unos en la hospitalidad de los pueblos cercanos, y acampando la mayoría en los arrabales de la ciudad, plaza de toros, lavaderos públicos, praderas etc., donde formaban grandes campamentos de gentes sencillas y humildes con el sufrimiento en el rostro y la desolación en el alma.
Solo quedaron autorizados para permanecer en la ciudad siniestrada los Servicios sanitarios de incendios, de Seguridad, brigadas de descombros y nuestro Auxilio Social que no interrumpió un solo día su humanitaria labor, cargando sobre sí en un esfuerzo gigantesco la alimentación de toda la ciudad. Para atender los múltiples y agotadores servicios de ésta Hermandad, las camaradas propuestas, auxiliadas en los momentos más difíciles por sus camaradas de Salamanca, permanecieron desde el primer día en servicio permanente a las órdenes del Camarada Delegado Local de Auxilio Social, siendo las únicas mujeres que no abandonaron la Ciudad ni de día ni de noche, ni aún en los momentos de riesgo personal, conscientes del peligro que amenazaba sus vidas, seguras de sí mismas y del sacrificio que imponía su título de Nacional Sindicalistas.
Durante los diez o doce días que duró la evacuación de los restantes polvorines, una imprudencia, la propagación de un incendio o una deficiencia técnica simplemente, hubiera sido la mecha que diera lugar a una segunda catástrofe mil veces más horrible que la primera y pusiera en riesgo eminente de perder la vida a éstas camaradas que no tuvieron el menor desmayo y que gracias a su labor de asistencia, que es amor y alegría en medio de la desgracia, no faltó comida caliente y abundante a las pobres gentes que acudían a nuestras Cocinas de Hermandad a las horas de los repartos, regresando precipitadas a sus campamentos, ni al personal afecto a los distintos servicios de socorro.
Como el número de raciones completas (desayuno comida y cena) que diariamente se repartían rebasaba la cifra de 2.500, hubo necesidad de instalar cocinas supletorias, una de ellas destinada exclusivamente a los trabajadores del campo, que gracias al Auxilio Social y a la labor de estas camaradas, permitió que fuesen recogidas las cosechas abandonadas, sirviendo de lenitivo ante tanta desgracia.
Ese mismo año se crearía el Patronato para la Reconstrucción de Peñaranda. El gobierno declararía que la reconstrucción fue ejemplar, convirtiéndose en objeto de la propaganda del régimen y modelo de la “Reconstrucción Nacional”. En el pueblo sin embargo, permaneció la idea de una ayuda prometida que nunca llegó a completarse.
Las fotografías, conservadas en el Archivo Histórico Provincial de Salamanca, proceden del fondo documental del Gobierno Civil de Salamanca, y hay que atribuírselas al reconocido fotógrafo zamorano y salmantino Ángel de Horna (1899-1974).
Sirva esta modesta exposición como entrañable recuerdo a los que perdieron la vida en tan dramático suceso y a todos los que aún hoy recuerdan con dolor la situación vivida aquella mañana de un domingo de julio de 1939.

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