Periódico publicado en su blog cada fin de mes por María Jesús Sánchez Oliva “Premio Tiflos 1996 y 2013”. Secciones: Portada. La Vitrina (libros). Mesa camilla (opinión). Cajón de Sastre El Álbum de la Lengua La Butaca (noticias positivas). Carta a… Cosas de Garipil (espacio de María Jesús). Y ya que has venido, entra en mi mercadillo. http://palabrascatetas.blogspot.com/
lunes, 30 de diciembre de 2024
PORTADA
Queridos lectores: Acaba de salir el número 124 de 30 días, mi periódico, tu periódico, el periódico de cuantos quieran leerlo.
Te recuerdo que puedes ser uno de mis corresponsales. Para esto basta con que envíes tus noticias con dos sencillas condiciones. Primera: que sean buenas, positivas y reales. Y segunda: que las envíes a mjsanchezoliva@gmail.com, poniendo en el asunto “30 días” y en el mensaje el lugar de procedencia. Cuento contigo.
FELIZ 2025
LO MÁS DESTACADO DE NOVIEMBRE Y DICIEMBRE
LA VITRINA: Balance de libros leídos en 2024.
MESA CAMILLA: Las buenas almas (cuento de Navidad).
CAJÓN DE SASTRE: El genial invento de un emperador español para evitar las inundaciones en el Imperio romano.
EL ÁLBUM DE LA Lengua: Apenas mejor que a penas (recomendación de la Fundéu).
LA BUTACA: Noticia importante para algunos lectores.
CARTA a… Doña Celeste Caeiro.
COSAS DE GARIPIL: Capítulo XXXIII de Bella Luna.
Si has visitado cualquiera de las secciones, mil gracias; si las has visitado todas, un millón.
Volveremos a encontrarnos en el próximo número.
María Jesús Sánchez Oliva.
Seguidores de Honor:
Mónica Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 23-IV-2012.
Arturo Arias Terceiro. Nacionalidad: argentina. 12-VI-2012.
María del Mar Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 29-VI-2013.
Concepción Martín Martín (Conchi). Nacionalidad: española. 19-IV-2015.
Claudio Hernández Díaz (pintor). Nacionalidad: española. 30-VI-2020.
la vitrina
Libros leídos en 2024
Título: Los años del miedo. Autor: Eslava Galán, Juan.
Título: Las olvidadas. Autora: Caso, Ángeles.
Título: Francesca de Barcelona. Autora: Laia Perarnau.
Título: La cátedra de la calavera. Autora: Torres, Margarita.
Título: Acontece, que no es poco. Autora: Concostrina, Nieves.
Título: La condesa maldita. Autora: Monforte, Reyes.
Título: La ley de los justos. Autor: Chufo Lloréns.
Título: La sinfonía de Julia. Autora: Guerrero, Mercedes.
Título: El viñedo de la luna. Autora: Montero, Carla.
Título: Promesas de arena. Autora: Laura Garzón.
Título: Mala estrella. Autora: Viejo, Julia.
Título: El maestro de azúcar. Autora: Uceda, Maite.
Título: Cisnes salvajes. Autora: Jung Chang.
Título: Las horas de terciopelo. Autor: Richman Gordon, Alyson.
Título: Las mujeres de las Carolinas. Autora: Revuelta, Concepción.
Título: La niña de Rusia. Autora: Celia Santos.
Título: La librería del señor Livingstone. Autora: Gutiérrez Artal, Mónica.
Título: La canción de los caballos. Autora: Ricarda Jordan.
Título: Azul. Autora: Regás, Rosa.
Título: Diario de una abuela de verano. Autora: Regás, Rosa.
Título: La cocinera de Castamar. Autor: Múñez, Fernando J.
Título: El hijo de la costurera. Autor: Nacho Montes.
Título: El barracón de las mujeres. Autora: Cañaveras, Fermina.
Título: Fin de temporada. Autor: Martínez de Pisón, Ignacio.
Título: Mil soles espléndidos. Autor: Khaled, Hosseini.
Título: Los colores del cielo. Autor: Amita Trasi.
Título: La sinfonía de las moscas. Autora: Salichachs, Mercedes.
Título: Entre hilos de silencio. Autora: Pilar Muñoz Álamo.
Título: El juicio del agua. Autor: Ferrándiz, Juan Francisco.
Título: Criadas y señoras. Autor: Stockett, Kathryn.
Título: La maestra gitana. Autora: Cabrillana, Lola.
Título: Tomillo silvestre. Autora: Pilcher, Rosamunde.
Título: Si me quieres escribir. Autor: Corral Corral, Pedro.
Título: La cuerda de presos. Autor: Quintero, Jesús.
Título: Entre los castaños. Autor: Tomás García Merino.
Título: El abogado de rojos: Autor: Cosano Alarcón, Juan Pedro.
Título: La villa condal de Miranda del Castañar. Autor: Julián Álvarez Villar.
Título: Volver a dónde. Autor: Muñoz Molina, Antonio.
Título: Cuento de hadas. Autor: King, Stephen.
Título: Corona de sangre. Autor: Corral, José Luis.
Título: A la luz del vino. Autor: Ollo Razquin.
Título: Mis días de radio. Autora: Juana Ginzo.
Título: Una jaula de oro. Autor: Läckberg, Camilla.
Título: Tres enigmas para la organización. Autor: Eduardo Mendoza.
Título: Un jardín entre viñedos. Autora: Carmen Santos.
Título: Bajo tierra seca. Autor: César Pérez Gellida.
Título: El infierno. Autora: Carmen Mola.
Título: Las hijas de la criada. Autora: Onega, Sonsoles.
Título: La maleta de Ana. Autora: Santos, Celia.
Título: Niebla. Autor: Miguel de Unamuno (releído).
Título: Canta la hierba. Autor: Lessing, Doris May.
Título: Las flores perdidas de Alice Hart. Autora: Holly Ringland.
Título: Sefarad. Autor: Muñoz Molina, Antonio.
Título: El balcón del olvido. Autor: Esteban Moneo.
Título: El gran cuaderno, La prueba y La tercera mentira. Autora: Kristof, Agota.
Título: La niña del sombrero azul. Autora: Ana Lena Rivera.
Título: En agosto nos vemos. Autor: Gabriel García Márquez.
Título: 40 abrigos y un botón. Autor: Ivan Sciapeconi.
Título: Canaima. Autor: Gallegos, Rómulo.
Título: Bajo los cielos de zafiro. Autora: Alexandra Belinda.
Título: Azules son las horas. Autora: Martín Rodrigo, Inés.
Título: Vidas en claroscuro. Autora: Marcos Celestino, Mónica.
Título: A través del desierto y de la selva. Autor: Sienkiewicz, Henryk.
Título: Sombras de mariposa. Autor: Galván Olalla, Guillermo.
Título: Corona de damas. Autoras: Soto, Tosco.
Título: La Hermandad de la Sábana Santa. Autora: Julia Navarro.
Título: El jardín de la oca. Autora: Martínez de Lezea, Toti.
Título: Las hermanas coloradas. Autor: Francisco García Pavón.
Título: Las diabólicas. Autor: Boileau, Pierre.
Título: La nieta del señor Linh. Autor: Claudel, Philippe.
Título: Lo raro es vivir. Autora: Martín Gaite, Carmen.
Título: La conjura de la niebla. Autora: Banzas, Ángela.
Título: La cadena del silencio. Autora: Hernánz Robledo, Petra.
Título: Te di mi palabra. Autora: Revuelta, Concepción.
Título: Hamnet. Autor: O'Farrell, Maggie.
Título: Rosas blancas para Wolf. Autor: Asperilla Cascajero, Carlos.
Título: El tiempo de las moscas. Autora: Piñeiro, Claudia.
Título: La sangre del padre. Autor: Alfonso Goizueta.
Título: El coraje de Miss Redfield. Autora: Ramírez Cañil, Ana.
Título: La utilidad de lo inútil. Autor: Ordine, Nuccio.
Título: La hoja roja. Autor: Miguel Delibes (releído).
Título: La luz que no puedes ver. Autor: Doerr, Anthony.
Título: Recuérdame por qué te quiero. Autora: Natalia Junquero.
Título: Reencuentro. Autor: Uhlman, Fred.
Título: La palma del indiano. Autor: Blasco, Santiago.
Título: El pan a secas. Autor: Chukri, Mohamed.
MESA CAMILLA
Las buenas almas
Molinillos, por aquellos días, era un pueblo de pocas casas y mucha gente. Sólo la casa del Sapaña tenía dos moradores: él y su novia. Estaba ubicada en las afueras del pueblo, justo en el camino que conducía al bosque, un bosque donde los árboles centenarios se peleaban por encontrar espacio para estirar sus ramas, un bosque donde los gritos de los animales salvajes prohibían el paso a la raza humana. Sólo el Sapaña, que tenía más miedo de la raza humana que de los animales salvajes, conocía sus recovecos palmo a palmo. Aunque muy descuidada, era una casa como las demás, pero ante los peligros del bosque, sus dueños decidieron abandonarla, y como nadie quería heredarla, se la apropiaron ellos.
En Molinillos, por aquellos días, no había familias ricas, pero tampoco las había pobres. Todas tenían un corral con vacas, cabras, gallinas, cerdos… un huerto para sembrar legumbres y árboles frutales. El Sapaña sólo tenía un hijo, un hijo que se quedó sin madre al nacer. También él se quedó huérfano siendo niño, y como no tenía padres, a la hora de repartir la tierra, sus abuelos no lo tuvieron en cuenta. Y para poder vivir, tuvo que dedicarse a apañar.
De Molinillos, por aquellos días, los hijos no tenían que salir fuera para ganarse la vida, todos aprendían el oficio de sus padres y seguían sumando eslabones a una cadena de generaciones que parecía interminable. También el hijo del Sapaña aprendió el oficio de su padre. Salían a apañar por las noches, los dos juntos y cuidando no ser vistos. Cada noche apañaban en un lugar distinto y sólo lo justo para comer al día siguiente. Las noches de invierno eran maravillosas. La gente se metía pronto al amor de la lumbre y podían moverse con mayor libertad. Las de verano, por el contrario, eran terribles. Después de cenar la gente se sentaba en los poyos de las casas a tomar el fresco y no podían salir. Cuando salían, ya de madrugada, no tenían que encender el candil para cortar los tomates sin hacer daño a la tomatera, y era un alivio, pero la luna, desde el cielo, parecía mirarlos con los ojos de todos los habitantes del pueblo y temblaban de miedo. Pero todas las noches salían, todas menos la noche de nochebuena. Esa noche el padre le decía al hijo:
—Esta noche VIENE Dios al mundo y no debemos salir a apañar.
—¿Tienes miedo de que nos vea robar? —preguntaba el hijo.
—No, no —respondía el padre—. Nosotros no robamos, apañamos, además, Dios no se enfada con los que roban para comer, se enfada con los que, además de su pan, se comen el pan de los demás.
—Entonces… —se asombraba el hijo— ¿por qué no salimos si tengo hambre como todas las noches?
—Porque una nochebuena que fui a la iglesia con mis padres —decía el padre— el cura dijo que esta noche Dios venía al mundo, a visitar a todos los hombres, y como es el que multiplica los panes y los peces para que nadie se quede sin ración, no vamos a pasar calamidades en balde.
Pero pasaban los años y como Dios no iba a visitarlos todas las nochebuenas se acostaban sin cenar.
Una madrugada de julio, cuando ya tenía quince años, Sapaña hijo fue a buscar a su padre para salir a apañar y se lo encontró muerto en su saco de paja. Con un nudo en la garganta se fue a casa del cura.
—Quiero que mande doblar las campanas, que le diga una misa a mi padre y me deje enterrarlo en el cementerio. En el bosque no puede descansar en paz: al igual que a mi madre, los lobos le sacarán los huesos —le suplicó más que le pidió.
—Eso, un representante de Dios en la tierra, ni puede, ni debe hacerlo —dijo el cura—. Tu padre vivió en pecado con tu madre que, por su culpa, sólo por su culpa, se unió a él en contra de la voluntad de los suyos, de los que tuvieron que negarle el permiso para casarse porque quería hacerlo con un hombre que jamás pisaba la iglesia, y aunque muchas veces le pedí que se arrepintiera, nunca pasó por el confesionario. Pero sí puedo bautizarte. Y salvo que reniegues de Dios como ellos, cuando mueras podrás descansar en el campo santo, como descansan todos los cristianos.
El Sapaña, por toda respuesta, le rompió el jarro del agua bendita de una patada, y dejándolo de rodillas ante sus santos, salió disparado. Al llegar a casa cogió a su padre, lo enterró en el bosque, junto a su madre, y siguió haciendo lo único que sabía hacer: apañar para vivir por las noches, y para no morirse de soledad, vigilar las tumbas de sus padres por el día.
Fueron pasando los días y llegó por fin el de nochebuena. Recordó que aquella noche no podía salir a apañar, tenía que quedarse en casa, esperando la visita de Dios. Pero le dio tanto miedo quedarse solo que se envolvió en una manta y se fue al pueblo. Aunque con mucha vergüenza, llamó en todas las puertas.
—Vengo a sentarme a la lumbre mientras cenan ustedes, para oírles hablar, para oírles reír… para no ver los fantasmas que han llegado a mi casa.
En todas le respondieron que imposible, que era noche de cristianos, y para que viera la bondad de sus corazones, le daban un flan, un plato de arroz con leche, unas rosquillas de miel… Pero a todos le hizo lo que le hizo al cura: romperles de un puñetazo el recipiente de la golosina y salir corriendo
Al año siguiente las buenas almas de Molinillos temieron que el Sapaña volviera con ansias de venganza. Para librarse de su cólera, cerraron las puertas a cal y canto. Al filo de las doce, cuando ya los platos, las fuentes y los vasos estaban vacíos, oyeron una trompeta que desgranaba un villancico tan dulce, tan cálido y entrañable que, muertos de curiosidad, se echaron a la calle. Siguiendo el sonido de la trompeta llegaron a la iglesia. La sorpresa les dejó paralizados. Ante la puerta, a pie firme, estaba un ángel, el ángel que interpretaba los villancicos, tenía una túnica celeste, un velo que sólo le dejaba libres los ojos y unas alas de plumas blancas sobre los hombros, en una mano llevaba un cirio encendido, y en la otra, la trompeta.
—Es el Ángel de Dios que viene a anunciarnos la llegada de su Hijo amado —dijo el cura. Y todos se santiguaron, se pusieron de rodillas, escucharon el concierto con absoluta devoción y sólo cuando el cirio empezó a dar las boqueadas y el ángel les bendijo y se retiró, volvieron a casa
Pasó un año. Llegó la nochebuena. Las buenas almas de Molinillos cenaron más temprano y, convencidas de que volvería, salieron a recibir al ángel. A las doce en punto vieron una luz blanca, zigzagueando a lo lejos. Era el ángel que por buenos cristianos volvía a darles su concierto de villancicos y a echarles su bendición. Y la escena se repitió al año siguiente, y al otro, y al otro… Ni siquiera el año de la gran nevada el ángel faltó a su cita, y, año tras año, las buenas almas de Molinillos, le pedían salud para los suyos y le daban las gracias por sus bendiciones.
Pasó el tiempo. El cura era ya muy viejo. Ya eran padres los que eran hijos cuando el ángel fue a visitarlos por primera vez. Llegó la nochebuena de aquel año y nadie faltó a recibirlo, pero amaneció el nuevo día y el ángel no apareció.
—¿Qué le hemos hecho, padre? —preguntaron las buenas almas al cura— No hemos matado a nadie, a nadie le hemos robado, todos seguimos siendo buenos cristianos.
—Todos no —reflexionó el cura—, el Sapaña sigue en pecado, y sólo porque la paciencia de Dios es infinita, el ángel no se ha cansado antes de venir. Y las buenas almas lo vieron claro: por un pecador, no podían condenarse todos. Tenían que echar al Sapaña del pueblo. Bien pensado, era justo que Dios se enfadara. Ni siquiera vivía en su casa. Era una casa robada, como todo lo que comía que, aunque todos callaban por miedo a su cólera, todos lo sabían.
El día de Navidad, al salir de misa, las buenas almas y el cura de Molinillos se encaminaron a la casa del bosque. Al llegar a la puerta se toparon con dos calaveras, dos calaveras que los animales habían desenterrado durante la noche, dos calaveras que imploraban un palmo de tierra para descansar en paz. Volviendo los ojos de horror, todos las rodearon. ¡Tan tan!, golpeó alguien la puerta, pero nadie respondió. ¡Tan tan!, la golpearon varios a la vez, pero sólo respondió el silencio. Por fin se adelantó alguien y la tiró de una patada.
—¡Pase, padre, pase usted primero, que si paso yo…!
No tuvo que terminar la frase para perder el miedo. Ante sus ojos, ante los ojos del cura y los de sus buenas almas, el Sapaña yacía muerto. Tenía una túnica celeste, la cabeza cubierta con un velo que todavía no le tapaba la cara, unas alas de plumas blancas sobre los hombros, una trompeta colgada al cuello, un cirio en la mano izquierda y en la derecha un mechero para encenderlo y marcharse al pueblo para dar su concierto a cambio de compañía.
María Jesús Sánchez Oliva.
CAJÓN DE SASTRE
El genial invento de un emperador español para evitar las inundaciones en el Imperio romano.
El Tíber, símbolo de vida en la 'Ciudad Eterna', se desbordó en una infinidad de ocasiones durante la antigüedad.
Trajano planteó en el año 100 d.C. la creación de un canal que uniera el río con el mar para aliviar su caudal durante las crecidas.
Manuel P. Villatoro
05/11/2024
No es cosa de hoy. La fuerza del líquido elemento, natural y aterradora por igual, ha estremecido al mundo desde hace dos mil años. Y fue a un suspiro de nuestra península ibérica, al otro lado del mar de Homero, dónde más se combatió contra su poder. Lógico, pues los desbordamientos del Tíber se convirtieron en una verdadera pesadilla para la República romana primero, y el Imperio después. Ya lo señaló el cronista Dion Casio en su 'Historia de Roma' al explicar que «el río, fuera por la excesiva lluvia caída» o por la venganza de alguna deidad, había llevado hasta la urbe «tal cantidad de agua» que había inundado «las zonas bajas y llegó hasta las más altas». Lo peor es que fue un ejemplo de muchos.
Diario ABC.
El artífice de esta pesadilla fue el mencionado Tíber, un río con extensión estremecedora –el tercero más largo de la península itálica–, que regaba las siete colinas que vieron nacer la Ciudad Eterna. Caudaloso y regular, en principio al menos, favorecía la actividad comercial, nutría cultivos y regalaba agua a bestias y hombres. Sin embargo, contaba también con un «alma propia» que lo convertía en indomable. Así lo afirma, al menos, el Profesor de Clásicas y Letras Kyle Harper en su extenso ensayo 'El fatal destino de Roma. Cambio climático y enfermedad en el fin de un imperio': «Pese a los ingeniosos esfuerzos de los romanos por controlarlo, en ocasiones el río saltaba la orilla y anegaba la ciudad».
Vida y muerte:
Harper mantiene que las inundaciones del Tíber están recogidas de forma irregular en las fuentes clásicas, pero suscribe que el grueso de los autores confirman su peligrosidad debido a las condiciones topográficas de la Ciudad Eterna. Y es que, su ubicación a orillas del río la convertían en el blanco perfecto para las crecidas. En su libro 'Historias', el cronista Paulo Orosio (nacido en el IV d.C.) documentó que, durante el consulado Quinto Lutacio Cátulo (allá por el siglo III a.C.), «el río, crecido por insólitas lluvias y desbordado durante más tiempo y con más cantidad de agua de lo que se podía esperar, arrasó todos los edificios romanos que estaban en el llano». En sus palabras, «distintos lugares coincidieron en la misma desgracia», con decenas de viviendas destrozadas.
No fue la única vez que el agua generó el caos. El político e historiador del siglo I d.C. Cornelio Tácito dejó sobre blanco que las crecidas del Tíber destruyeron el puente Sublicio, el más antiguo de la Ciudad Eterna, y que generaron un miedo atroz entre la población en el 60 a.C. «El repentino desbordamiento del río, creciendo desmesuradamente su caudal, inundó todo al arrollar el obstáculo que se oponía a su furia. No solo las partes más llanas de la ciudad, sino anegando incluso los lugares tenidos por más seguros». La corriente «arrastró a mucha gente que se hallaba en los lugares públicos» y «sorprendió a muchos en sus talleres, tabucos e, incluso, en sus propios lechos».
Aquella locura trajo como consecuencia «el hambre en el pueblo, la ruina del comercio y la penuria de alimentos». Y a ello se sumó, además, la destrucción de una infinidad de viviendas. «Socavados los cimientos de los edificios por la acción de las aguas estancadas, se desplomaron al retirarse las aguas del río», añadió el mismo Tácito. La inundación, como el resto, se consideró un mal presagio; una suerte de maldición forjada al calor, o eso creían en la época, de una pésima decisión política que había enfurecido a los dioses. El mismo Dion Casio, por ejemplo, achacó una de las crecidas a la decisión de Aulo Gabinio de restaurar en el trono de Egipto a Ptolomeo XII.
La época imperial no escapó de las crecidas. En el siglo I d.C., el segundo emperador de Roma, Tiberio, sufrió durante su reinado una de las inundaciones más grandes de la época. Según Dion Casio, cuando el río «inundó gran parte de la ciudad, convirtiéndola en navegable», el mandamás ordenó «a cinco senadores, elegidos por sorteo, que establecieran una vigilancia permanente para que su caudal no fuera excesivo en invierno ni escaso en verano, sino que siempre, y en la medida de lo posible, fluyera con un caudal estable». Desconocemos si esta medida palió o no los problemas generados por el líquido elemento. Lo que sí sabemos es que años después, en el 69 y en el 101 d.C., volvieron a sucederse sendas inundaciones.
Lucha contra el agua:
Las crecidas fueron una verdadera pesadilla para Roma. Hasta tal punto, que los diferentes emperadores movilizaron a sus legiones de ingenieros y sabios para evitarlas. El ejemplo más claro fue Trajano. El hispano, nacido en nuestra castiza Itálica, fue un adelantado de la edificación naval. Para empezar, ordenó construir en el año 100 un segundo puerto de forma hexagonal al sudeste del de Claudio. Según explica el catedrático de Historia Antigua Santiago Montero en 'Ingeniería hidráulica y religión en el Imperio romano', la obra se completó con diversos depósitos, dos kilómetros de muelles e instalaciones fluviales en la Ciudad Eterna destinadas a guardas las mercancías que arribaban a través del Mediterráneo.
El cenit del proyecto fue la excavación de un canal artificial a la vera de este nuevo puerto con una doble finalidad: facilitar la navegación hasta el Tíber y evitar las crecidas del río. «Era la célebre Fossa Traiana, conocida hoy como el canal de Fiumicino, que comunicaba el Tíber con el mar. El objetivo de la fosa, cuyo fondo fue enlosetado para permitir su rastrillado y la movilización de los aluviones, era, entre otras cosas, que la nueva boca facilitase el desagüe de las crecidas y evitase las inundaciones de Roma», añade el experto. Una inscripción de la época hallada en Ostia así lo corrobora:
«El emperador César Nerva Trajano Augusto Germánico Dácico, hijo del divino Nerva, investido de la potestd tribunicia (…) construyó esta fosa para evitar las inundaciones del Tíber que atacaban frecuentemente la ciudad, habiendo establecido un canal de agua permanente».
La Fossa Traiana no fue solo una idea genial desde el punto de vista de la ingeniería. Además, supuso una evolución de la mentalidad imperial. Montero es partidario de que, hasta la llegada de Trajano, los emperadores asociaban las crecidas del Tíber a un mal presagio. Sin embargo, el hispano «rechazó todo el sentido religioso» del aumento de caudal y entendió que se correspondía con un problema natural que la ingeniería hidráulica podía superar. Esta máxima se sustenta en la ingente cantidad de canales y obras similares que elaboró a lo largo y ancho de todo el Imperio. Unas edificaciones que, a pesar de su gran coste económico, le granjearon también una gran popularidad.
No hay duda de que el nuevo canal palió las crecidas del Tíber. Al menos, en parte. Sin embargo, en el 103 d.C. el caudal volvió a desbordarse. «Plinio el Joven describió una inundación en el reino de Trajano que, pese al aliviadero construido por el emperador, arrastró los muebles de la aristocracia y las herramientas del campesinado por las calles de Roma», explica, en este caso, Harper. Así lo escribió Plinio: «El Tíber se ha salido del cauce y en los puntos donde las orillas son más bajas ha dañado profundamente los terrenos. A pesar del desagüe del canal que el providentísimo emperador ha hecho excavar, cubre los valles, inunda los campos y los lugares donde el terreno es llano y es visible en lugar del suelo». No siempre se gana.
EL ÁLBUM DE LA LENGUA
Apenas mejor que a penas
La grafía recomendada del adverbio es apenas, todo junto, por lo que se desaconseja la escritura en dos palabras (a penas).
Uso no recomendado
* Desde que un habitante recibe la alerta, a penas tiene un minuto para correr al búnker y ponerse a salvo.
* El equipo a penas reacciona a lo sucedido en el derbi.
* Pierde dos de sus grandes bazas en a penas 24 horas.
Uso recomendado
* Desde que un habitante recibe la alerta, apenas tiene un minuto para correr al búnker y ponerse a salvo.
* El equipo apenas reacciona a lo sucedido en el derbi.
* Pierde dos de sus grandes bazas en apenas 24 horas.
De acuerdo con la Nueva gramática de la lengua española, el término apenas se
usa como adverbio con los sentidos de ‘difícilmente, casi no’, ‘escasamente o solo’ y también puede equivaler a ‘en cuanto’. Esta misma obra señala que la grafía univerbal es la mayoritaria y recomendable actualmente y, por tanto, conviene evitar la forma a penas.
Cabe recordar que la secuencia a penas es válida en frases como «Se enfrentan a penas de seis meses a dos años de prisión», en la que se está empleando el sustantivo pena con el sentido de ‘castigo’ precedido de la preposición a.
Recomendación de la Fundéum.
LA BUTACA
La ONCE y los editores se alían para facilitar el acceso a la lectura de las personas ciegas.
SERVIMEDIA
NOTICIA22.11.2024 - 08:06h.
La ONCE y los editores se alían para facilitar el acceso a la lectura de las personas ciegas: "Va a ser una aventura espectacular".
El Director general adjunto de Servicios Sociales para Personas Afiliadas de la ONCE, Andrés Ramos y el presidente de la FGEE, Daniel Fernández.
Jorge Villa
La ONCE y la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) rubricaron este jueves un acuerdo por el que las editoriales de esta entidad pondrán a
disposición de la Organización su material bibliográfico para reproducirlo en diferentes formatos accesibles para las personas ciegas o con discapacidad
visual.
En la firma, que tuvo lugar en las instalaciones del Museo Tiflológico de la ONCE, estuvieron presentes el director general adjunto de Servicios Sociales
para Personas Afiliadas de la ONCE, Andrés Ramos; la directora del Servicio Bibliográfico de la ONCE, Carmen Bayarri; y el presidente de la FGEE, Daniel
Fernández.
Este acuerdo posibilitará que las personas ciegas accedan a la cultura y a la educación en igualdad de condiciones, puesto que afecta a numerosos títulos
que pertenecen a las más de 800 editoriales a las que representa la FGEE, casi la totalidad de la edición privada y la mayor parte de la producción editorial
española.
Así pues, la ONCE podrá adaptar a cualquier formato accesible aquellos ejemplares que las editoriales pertenecientes a la FGEE cedan al Servicio Bibliográfico
de la ONCE -que verá aumentando su catálogo-, garantizando la inclusión de las personas ciegas y con discapacidad visual y demostrando el compromiso de
ambas partes por fomentar la formación y el enriquecimiento cultural de todas las personas, sin exclusión.
Este acuerdo auspiciará una reducción considerable en los tiempos de producción de los formatos accesibles, especialmente braille y sonoro, lo que redunda
en una mayor accesibilidad de la lectura.
En ese sentido, Andrés Ramos puso de manifiesto que “tener grandes compañeros de viaje es una de las realidades que más impulsamos desde la ONCE y lograr
que este inmenso mundo de los libreros y las editoriales nos acompañen en la lectura accesible va a ser una aventura espectacular, con resultados muy pronto
palpables”.
En la misma línea, Daniel Fernández arguyó que una de las misiones de la entidad que preside consiste en “asegurar y fomentar la lectura entre todas las
personas de nuestro país” y concretó que “está en nuestro interés ayudar a aquellas personas que tienen algún problema visual a hacer accesible nuestros
contenidos para que todos puedan tener a su disposición tanto las novedades editoriales como el fondo del catálogo de nuestras editoriales”.
Desde Madrid informó para 30 días Martínez Martínez.
CARTA A...
16-XI-2024
Doña Celeste Caeiro
Querida señora: La conocimos hace cincuenta años por un gesto muy hermoso. El calendario marcaba una fecha que pasaría a la historia de Portugal: 25 de abril de mil novecientos setenta y cuatro. Trabajaba de camarera en un restaurante próximo a la plaza del Rosío que ese día celebraba su primer aniversario. Se decidió recibir a los clientes con un clavel y fue usted la encargada de recoger los ramos antes de llegar a su trabajo. El destino quiso que ese día fuera también el elegido para intentar poner punto final a los cincuenta años de dictadura. Se encontró pues con una plaza llena de tanques de guerra y uno de los soldados que esperaban órdenes le pidió un cigarro. Lo siento, no fumo —dijo usted—, pero si quiere le doy un clavel. Y lo quiso, y se lo dio, y se quedó sin claveles, porque el soldado lo puso en su cañón y los compañeros repitieron el gesto colocándolos en sus fusiles, como símbolo de que no deseaban disparar sus armas, extendiéndose la acción por toda la ciudad. Y aquella revolución que todos conocemos como la Revolución de los Claveles gracias a usted se ganó como deberían ganarse todas las revoluciones: con flores en lugar de con bombas. Hoy nos llega la noticia de su fallecimiento. Ha muerto con más de noventa años. Espero y deseo que su país haga ahora lo que debió haber hecho en vida: inmortalizando su nombre con una calle, una plaza, un jardín… lo que sea pero algo que recuerde su hermoso gesto para siempre.
Descanse en paz.
María Jesús.
COSAS DE GARIPIL
¡Hola!: Desconecta el televisor, deja el móvil donde ni lo veas ni lo oigas, siéntate en tu sillón favorito, cierra los ojos y permíteme que te lea el capítulo XXXIII de Bella Luna en lo que el sueño te manda a la cama para recuperar las fuerzas perdidas durante el día.
XXXIII EL MOLINO DE TÍA LULÚ
Todas las casas de Mimbres Blancas abrieron sus puertas de par en par para tía Lulú. Ya era demasiado anciana para vivir sola y a las afueras del pueblo. En las mesas se ponía siempre un plato para ella a las horas de comer pero la silla siempre permanecía vacía. Solamente fue una vez a casa de Bella Luna y eso porque Tarri y Ñoto se pusieron tan pesados que saltándose a la torera sus negativas se la llevaron en volandas. Para los mayores tenía siempre a flor de labios la misma disculpa:
—Ya soy un trasto viejo y mi sitio está en el desván y no en las cocinas. ¿No sabéis que yo como menos que una mosca? Dad mi ración a los niños, que ellos sí que comen como leones.
A los niños, sin embargo, les abría el corazón, para que ellos mismos pudieran ver sus sentimientos. Tía Lulú no se sentía muy cómoda que digamos entre las personas mayores del pueblo. Ayer la querían quemar viva en una hoguera porque la creían una bruja capaz de secuestrar y matar niños sin piedad; hoy, los mismos, la querían subir a los altares convencidos de que era la más milagrosa de las santas. Ambos extremos le parecían cruelmente exagerados. Eran tan mudables que actuaban a menudo impulsados por un sentimiento colectivo y eso le causaba tanto pánico que huía de ellos como gato escaldado del agua hirviendo. No era rencor lo que habitaba en su alma sino experiencia. Agradecía infinitamente aquellas muestras de amistad, de cariño, de respeto, pero su prudencia, que era el fruto de los desengaños, le aconsejaba guardar las distancias. ¿Quién le aseguraba a ella que un día cualquiera no se levantara el viento y cambiaran de nuevo las tornas? Lo mejor pues era huir de los buenos corazones como si fueran malos, y de los malos, como si fueran buenos, que los corazones daban demasiados latidos para mantener siempre el mismo ritmo. Entre bromas y veras decía a sus amiguitos:
—Con los mayores hay que andar con mil ojos y todos abiertos hasta las cejas, que quien hace un cesto, hace ciento, y los mismos que te alaban cuando te ven fuerte, en cuanto te ven débil, te pisan para acabar de hundirte, y lo peor de todo es que haciendo daño se sienten buenos.
Tía Lulú sabía muy bien que los niños eran harina de otro costal. Ellos eran naturales, transparentes, y ni sabían engañar ni sabían engañarse. Aunque fuera en plena calle, prefería seguir viviendo libre, persiguiéndolos por las calles, buscándolos entre las mimbreras, disfrutando de sus bromas, de sus peleas, de sus travesuras. Todos los días les repetía lo mismo:
—Cuando el paso de los años os obligue a crecer, no dejéis de ser niños. No os dejéis manipular por los mayores. Vosotros sois capaces de librar al mundo del mal de los hombres. Para muestra, ya tenéis un botón. ¿Qué habría sido de Mimbres Blancas y de Bella Luna sin vosotros? ¡Si sois los héroes más valerosos de la tierra!
Era muy comprensible que tía Lulú decidiera seguir viviendo junto a las mimbreras. Con la ayuda de sus pequeños amigos se construyó una cueva de cañas y barro para protegerse del frío de las noches. Ellos iban a visitarla todos los días y le llevaban comida.
—Ten mi postre de arroz con leche que lo guardé para ti.
—Lo comeremos entre todos aunque solamente toquemos a un grano.
Otros llevaban manzanas asadas e incluso legumbres que sus madres cocinaban y se las enviaban con ellos. No tuvo necesidad de volver a entrar en los huertos ajenos y pasaba muchas horas en cuclillas junto a la tumba de Fufú para hacerle compañía. Sus amigos no se iban tranquilos a sus casas dejándola sola en su cabaña a la orilla del río.
—Vente a mi casa esta noche, que aquí no hay candil.
—Tan poca luz precisan mis ojos que me basta con la lejana luz de la luna.
—Vamos conmigo que te presto mi mullida cama y yo duermo en el escaño.
—mis huesos ya no distinguen el colchón duro del blando y me sobra con este saco de pajas.
—¿Qué va a ser de ti en invierno con el cuerpo a la intemperie?
—Dios proveerá que, si Él cobija a los pájaros, no va a abandonar a esta vieja.
Todos se plantearon el problema como suyo y empezaron a idear soluciones. Descartaron muchas ideas, pues, aunque al principio les parecían idóneas, comprobaban al fin que no eran válidas. Al cabo de algunos días y tras varios debates pensaron en algo que tenía todos los visos de ser eficaz.
El señor alcalde fue a su despacho del ayuntamiento pues tenía que liquidar algunos asuntos pendientes desde hacía varias semanas. Estos locuelos lo acechaban y no le dieron tiempo ni para sentarse en su reconfortable sillón. Las piernas le temblaron cuando vio subir por la escalera una interminable fila india de niños y niñas. “¡Qué embajada traerán estos granujas hoy! Si me dan más quebraderos de cabeza que los mayores. De buena gana les daba con la puerta en las narices, ¿pero quién es el guapo que los frena?” Se acomodó en el sillón y encendió la pipa para disimular su mal humor. En el despacho no quedó hueco ni para una alfiler pues los niños inundaban hasta el pasillo. Empezó a escuchar aquellas voces sin creer lo que decían:
—Entre todos los vecinos dejaron a tía Lulú sin techo y sin suelo, y como quien la hace la paga, queremos que entre todo el pueblo se le construya de nuevo un molino para vivir.
El señor alcalde se quedó como si le hubiera dado un mal aire.
—¿Pero quién os mete esos grillos en la cabeza? ¿Habéis echado las cuentas de las horas de trabajo que llevaría reconstruir el molino y de los reales que costaría? ¿No será mejor para todos que echéis esos grillos de vuestros cocos? Todos dicen amarla mucho ahora, incluidos vuestros padres, pero id y pedirles unos reales y unas horas y ya veréis por dónde os salen las obras del molino... También hay que pensar que esa mujer vive ya más cerca del cielo que de la tierra ¿y para qué quiere ella ya un molino nuevo? ¡Iros a jugar que es vuestro trabajo y dejadme trabajar que es mi juego! Ya le daré yo algún remedio puesto que tampoco es justo que esa anciana viva en la calle como si fuera un perro.
Uno de sus hijos se atrevió a decir:
—¿Veis, muchachos, como es verdad que los mayores descomponen el mundo y luego somos los pequeños los que tenemos que arreglarlo ?
El padre gritó:
—¡En cuanto se entere tu madre te mete en la cama sin cenar cinco noches seguidas y yo te completo la semana!
Pero salió con sus compañeros más fresco que una lechuga.
Al día siguiente fue requerida tía Lulú por el señor alcalde.
—Voy a tocar todas las flautas que sean precisas para que usted pueda ingresar en la Casa del Sarampión donde han construido el mejor asilo para ancianos solitarios de la ciudad.
Tía Lulú salió como alma que lleva el diablo.
—A mí sólo me pueden encerrar en el camposanto y eso de viva es imposible porque irían a impedirlo todos los niños del pueblo y sus hijos los primeros.
Tía Lulú se metió en el saco de pajas por si las moscas para esconderse y Bella Luna vigilaba la cabaña.
—Si vienen a capturarte les explicaré que te has ido al barranco azul y en lo que van y vienen te buscaremos otro escondite más seguro.
Ya llevaba varios días sin poder pegar los ojos tía Lulú y estaba tan rendida que sacó la cabeza por la boca del saco para preguntar:
—¿Qué golpes son ésos, Bella Luna, que parecen sacarme los sesos de la cabeza?
—Una feliz sorpresa que verás mañana cuando salga el sol.
Lo que el señor alcalde vio como una misión imposible, los niños lo vieron como la cosa más sencilla del mundo. Ni cortos ni perezosos se plantaron una tarde en la Dehesa de los Picos y el señor conde les recibió en su regio castillo.
—Venimos de parte del señor alcalde de Mimbres Blancas. Él no puede abandonar los trabajos y ha decidido enviarnos a nosotros porque tenemos muchas horas de ocio que dedicamos a tirar la pata. Le manda un abrazo y nos encarga que nos preste sus obreros y los materiales precisos para reconstruir un molino en una semana y por las noches. Es cuestión de vida o muerte. Hay que salvar a una anciana que vive en una cabaña de cañas a la orilla del río pues su molino... su molino era viejo y se derrumbó. Los ricos del pueblo abonarán luego la factura y nosotros de balde trabajaremos de peones. Para nosotros también es importante. Esa mujer es amiga nuestra y le hemos prometido ayuda. ¿Verdad que va a decirnos que sí?
El conde de los Picos miró con fijeza en los ojos de los niños y no halló ni rastro de mentira.
—Ese alcalducho es un cantamañanas. Sólo quien sabe que no merece la ayuda, delega en los demás para pedirla, y vuestro alcalde está tan seguro de ello que se sirve de vosotros. ¿Será caradura el tío? Ya me tiene hasta la copa del sombrero de que sus vacas crucen la linde de mi dehesa, se metan en mis pastos y no haga nada por evitarlo. El día que menos se lo espere me harto y le pongo la vergüenza que ha perdido pero... Vosotros no vais a pagar las culpas. Entraré por el aro pero no olvidéis decirle dos cosas. Una, que hago este favor para que vuestra actitud lo deje en ridículo y para que esa anciana no perezca en la calle; otra, procurar que lo entienda bien, le avisáis de que se ande con mil ojos, que cualquier día le enseño los dientes y tendrá que vérmelos.
Salieron del castillo muy sumisos y sin mirarse los unos a los otros pues unas enormes ganas de reírse les hinchaban los mofletes pero se aguantaron como Dios les dio a en tender. No podían delatarse. El asunto era muy serio y no podían arriesgarse a tirarlo todo por la borda. Ya por el camino explotaron en carcajadas.
—Se ha tragado la bola y ha picado el anzuelo.
Todos los cabos estaban ya atados y estaban seguros de que su plan no abortaría porque una palabra en aquella época se respetaba como hoy una firma. En el plazo y a las horas solicitadas se realizaron las obras. Los peones salían de sus casas respectivas sin hacer un solo ruido y cuando toda la familia dormía. Pasaban la noche dando a los albañiles cubos de arena, sacos de cal, adobes... Regresaban antes de que los suyos se hubieran despertado y se metían bajo las sábanas como si nada hubiera pasado. Lo peor de aquella aventura era cuando sonaba el despertador y cada madre decía:
—¡Arriba, ponte el hato, coge el cabás y a la escuela, que el tiempo no espera!
No se tenían de pies. En la tercera jornada Los alumnos se quedaban fritos sobre los pupitres y en el recreo daban tumbos de sueño. En el ecuador de las obras empezaron a turnarse para asistir a las clases. Unos iban y otros se quedaban en algún solitario corral durmiendo la siesta antes de comer. No quisieron ausentarse todos juntos para no levantar sospechas. Ya estaba animada la maestra a avisar a los padres con la idea de recabar y facilitar información pero... todo quedó en proyecto pues concluyeron las obras y las clases se reanudaron con absoluta normalidad. Sólo quedaban los remates: enjalbegar las paredes y limpiar. Los peones habían trabajado como fieras y los albañiles se ofrecieron para ayudarles con mucho gusto la última noche. Al hacerse de día Bella Luna avisó a tía Lulú.
—Sal en seguida que veas nuestro regalo.
Tía Lulú se emocionó al ver que su querido molino blanco había resurgido de entre las ruinas más flamante que nunca. Sólo acertó a musitar con la voz entrecortada por las lágrimas:
—Estáis locos de remate pero ojalá nunca os llegue la cordura.
Los ricos pusieron el grito en el cielo.
—Son unos gamberros por mucho que se empeñe el señor alcalde en ver esta hazaña con buenos ojos. ¿Quiénes son ellos para tomarse la libertad de disponer del dinero ajeno? No tenemos ya más remedio que poner la cantidad más gorda pero hay que hacer una colecta y que colaboren también los padres.
Las voces de los niños zumbaron como un avispero alrededor de los ricos:
—¡Tacañones!, ¡tacañones!, ¡tacañones!
La más rica de todas, que era una vieja con cara de bruja mala, cogió una vara verde y larga.
—Si vuestros padres no os ponen derechos como una vela, os juro por todos mis bienes que os pongo yo, y no daréis más dolores de cabeza en lo que os reste de vida.
Bella Luna le arrebató la vara de un tirón y la vieja dio un culetazo en el suelo mientras gritaba maldiciones como una energúmena. Los niños salieron corriendo muertos de risa pues sabían que se quejaba de vicio y que no tenía ningún daño en el trasero. Todos los habitantes del pueblo contribuyeron con un granito de arena que en algunos casos no fue más que un par de reales. Ñoto tuvo que vender los cascabeles de la mula pues le acometieron unas acuciantes ganas de colaborar.
—Debo pagar las obras del molino de tía Lulú. No te pongas triste mulita. Tengo muchos cestos hechos y cuando los venda te compraré una campanilla de plata y haré grabar en ella el nombre de tu primer amo pues ni tú ni yo debemos olvidarnos del tío Navajas.
María Jesús Sánchez Oliva
Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva. Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros me ha distinguido con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como responsable.
“Garipil (1995)”.
Reseña: Garipil es un semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.
“Letanías (1999)”.
Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en distintos certámenes literarios.
“El rosario de los cuentos (2003)”.
Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta alusiva a la época. Este libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de 1996.
“Cartas de la Radio (2007)”.
Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de opinión escritas y leídas semanalmente en un Onda Cero por María Jesús Sánchez Oliva durante cuatro años. Las cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo, instituciones, asociaciones, etc., y no pocas nos llevan a acontecimientos que siguen vivos en nuestra memoria.
“Cuentos de la Cigüeña (Soles y Lunas) (2014)”.
Reseña: Son doce cuentos escritos en verso con los que las mamás y los papás disfrutarán leyéndoselos a sus hijos y los niños aprenderán a amar la poesía a la vez que los cuentos.
“Los días perdidos (2018)”.
Reseña: En esta novela se narra la historia de Ara, una mujer que de forma inesperada tiene que enfrentarse a una ruptura matrimonial. El impacto la lleva a recluirse en su ático de soltera. Tras varios años de aislamiento, al salir de casa una mañana, la avería del ascensor la obliga a bajar andando todas las plantas del edificio. En cada planta se encuentra con una mujer que le cuenta su historia. Son mujeres muy distintas unas de otras, pero todas, por distintas razones, han perdido muchos días de su vida. Ya en la planta baja se encuentra con Daniel, el único vecino del edificio que también ha perdido muchos días inútilmente, y de forma espontánea los dos deciden no perder ni uno más. “Primer Premio Tiflos 2013”.
Para más información sobre los libros, hacer un comentario o simplemente saludarme, solo tienes que contactar conmigo a través de mi dirección de correo electrónico:
Garipil1995@gmail.com
Estaré encantado de responderte.
Gracias por tu visita y hasta el próximo número.
Firmado: Garipil.
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